lunes, 30 de agosto de 2010

ORIGEN, La vida es sueño

Y los sueños, sueños son. O no. Éste punto de partida tan calderoniano, y a la vez tan postmoderno, da alas a Christopher Nolan para que durante cerca de dos horas y media sigamos los pasos de Cobb, un ladrón de sueños. No me refiero a que robe sueños: es igual que un ladrón de bancos, sólo roba lo que hay de valor en su interior, su caja acorazada.
Cobb, que a estas alturas ya sabrán que se trata del protagonista interpretado por Leonardo DiCaprio, se dedica por encargo a substraer información de los sueños. No se puede adelantar más de la trama, simplemente apuntar que, de tanto entrar y salir de los sueños, y por hechos acontecidos en el pasado, Cobb tiene algún que otro tornillo ligeramente suelto. Para saber si está despierto, lleva consigo un tótem, un objeto que sólo dispone de ciertas características cuando uno se encuentra en la realidad.
En el mundo en el que vivimos -es decir, ese 20% que consume el 83% de los recursos naturales-, en el que nos podemos permitir el lujo de filosofar, se han hecho mil aproximaciones hacia la idea de realidad. Los sueños, los recuerdos, la distorsión de nuestro mundo mediante influencias externas (drogas) o internas (enfermedades), ha sido caldo de cultivo para guionistas en estos últimos años, con resultados dispares al ser muy complicado de traducir al leguaje cinematográfico.
Además, desde que los ejecutivos llevan las riendas del negocio, todo lo que huela a riesgo es cancelado o modificado. Es decir, toda película que su temática sea poner en entredicho la percepción de la realidad, está supeditada a la exhibición de efectos digitales.
Dentro de esta tesitura, Nolan, que ya se ha ganado a pulso un hueco entre los nuevos directores de la generación de los 70, consigue levantar un proyecto con su sello personal (la psicología oscura del protagonista, convertir un film en el escudo de Perseo a través del cual ver nuestra realidad desde otra perspectiva), sin que deje de ser un producto hollywoodiense (acción a lo James Bond, subtramas que intentan dar densidad pero sólo aportan confusión).
Incluso con estos injertos, Nolan mantiene el clímax durante todo el metraje, tensionándolo de manera magistral en la última media hora. Esto hace que los mazazos de la industria para que sea un producto romo (posee una gran carga retórica del self made man que tanto les gusta) no sean tan descarados.
La respuesta es clara: salas llenas de público que, algo insólito, aplaude al término de la proyección. Sólo hace falta que se pregunten el motivo por el que les ha gustado tanto, que lleguen a interpelarse por el porcentaje de realidad de la que son dueños en sus vidas.
Nolan sabe de la esquizofrenia que nosotros, nuestra sociedad, nos estamos creando con fines lucrativos, y antes de que se materializase la idea del tótem, ya sus antiguos personajes tenían ese “clavo ardiendo” al cual agarrarse para no acabar en un frenopático.
En un mundo (bueno, su 20%) en el que el Prozac es la droga legal de moda, no estaría mal que cada uno tuviera su propio tótem. Nolan tiene el suyo. ¿Usted?