jueves, 10 de diciembre de 2009

MAL DÍA PARA PESCAR, Uruguay, al igual que Teruel, existe, y da mucho de sí.

Uno se escaquea un cuarto de hora antes del curro para poder pillar el tren que te deje a las puertas de la filmo a las 17:30 clavadas para poder ver La noche que dejó de llover, y resulta que te han cambiado la programación. A la cabeza se te vienen las colas, las esperas, las anulaciones, la falta de entradas para todas esas películas que nunca llegaste a ver, te acuerdas de todas esas horas en el metro que podía haber empleado en cualquier otra chorrada, y terminas pensando que en el fondo eres un jodido friky, porque te niegas a ver pelis bajadas de internet, porque crees que las películas se hacen para verse en una pantalla que no se mida en pulgadas, y que si se rueda en celuloide también se tiene que proyectar en celuloide. Te acuerdas de todos los personajes que ya tienes identificados en cada pantalla a la que vas (el que ronca, al que le suena la alarma del teléfono y que nunca apaga, el que está sordo y grita pensando que susurra, el que huele a vagabundo).

Uno termina pensando si lo que tiene que ver son las cien películas imprescindibles que todo libro nombra, y olvidarse de hacer descubrimientos, de rebuscar en países, directores, actores de los que nunca más se volverá a saber. Y después piensas que no, que no es que te guste el cine, es que lo amas, y como a tu pareja, quieres pasar el mayor tiempo posible pegada a ella para descubrir hasta el más mínimo detalle, y que cuando pasas más de un día sin verla, ya te entra el mono.


Sonará enfermo, pero qué coño, es la realidad.


Como decía, iba a ver La noche que dejó de llover, película del 2008 que finalmente iba a estrenarse el 20 de noviembre y, o yo no me he enterado, o no localizo cine que la haya estrenado (parecer ser que en Coruña, pero en fin… nunca me termina de pillar de camino). Pero la filmoteca tiene sus propias reglas: cambian de programación, no llegan las latas, no llega el que se encarga del subtitulado… Ojo, no confundáis: por mí, puede tener estos fallos y cientos más. A cambio me ha descubierto cientos de películas, he redescubierto otras tantas, y todas las que me quedan, a un precio simbólico. Porque de otra cosa nos podremos quejar, pero de apuesta por un cine de calidad y barato (si no gratis) en Madrid, no he visto en ninguna ciudad (vale, no soy un trotamundos, está claro).


Después de esta parrafada autobiográfica con pinceladas estrambóticas en un vano intento por emular a Henry Miller, decir que si entré en la sala fueron por dos razones:


1.- me repateaba la moral volver a meterme en el metro habiendo salido de él hacía cinco minutos


2.- la película sustituta estaba protagonizada por extranjeros


Y tú, inteligente lector o amiguete aburrido, pensarás que el motivo de que sean actores extranjeros no es suficiente para ver una película. En este caso sí, y me explico: la taquillera te vendía la peli como reajuste dentro de la programación de los Goya que proyectaba la filmo, por lo que tenía toda la pinta de ser española, y el título (recordemos, Mal día para pescar, no muy fino, está titulada como dando por hecho que no va a haber casi público interesado en ella) me atraía tanto como un café con leche y anchoas.


Derrumbando en mi butaca, mi primera sorpresa era comprobar que era una coproducción, con Uruguay como país principal, pero que ahí estaba metida hasta la comunidad de Madrid. Pues nunca había visto una película de aquel país, por lo menos veremos qué paisaje tiene esas tierras. Mi segunda sorpresa fue la pareja protagonista. Uno, Gary Piquer, un escocés de padre catalán, al principio dudabas de cuál era su idioma materno, el inglés o el español, y te das cuenta que hay gente que tiene en don de la ubicuidad lingüística. Dos, Jouko Ahola, una mole humana, un golem escandinavo, el hombre más fuerte del mundo en 1997 y 1999, y que yo vi en un programa de Eurosport levantando y empujando toneladas de objetos como si de un cruce ario entre un harrijasotzaile con el increíble Hulk se tratase. Y yo que al ver el programa pensé que era japonés…


Vamos al meollo. Piquer, que se hace pasar por un príncipe, es el manager de Ahola, un antiguo campeón de lucha libre, que ahora se dedican a recorrer pequeñas ciudades de Latinoamérica retando a quien pueda tumbar al gigante por mil dólares. Por supuesto, ni tienen mil dólares, ni Príncipe, como se hace llamar, deja que nadie que pueda vencerle se le enfrente, amañando las peleas. Hasta…


Hasta que llega el momento de la verdad, enfrentarse a alguien más joven, más fuerte y menos borrachazo que el gigante finlandés.


¿Resultado? Un producto mucho más que digno, una historia de pícaros en la que el desarrollo de los personajes se queda corto (¡el tiempo no da para más!) pero compensado con una fotografía de tonos cálidos que nos sumerge en un perpetuo atardecer, compensado con una ristra de nuevos rostros que sabes difícilmente vas a volver a ver, pero que se merecen miles de oportunidades (grandioso el periodista de cuarta interpretado por César Troncoso, personaje puro, el hijo bueno de Rick Blaine).


Álvaro Brechner, guionista y director, primerizo en la dirección de largos, sabe el oficio. Que se venga a España, se hinche a subvenciones, y haga algo decente en suelo patrio de una puta vez.


Fin, que tengo sueño.

martes, 8 de diciembre de 2009

AL FINAL DEL CAMINO, o cómo la televisión fagotiza el cine

La pequeña pantalla siempre ha sido un trampolín hacia el cine, tanto para actores como para técnicos, y el caso español no ha sido una excepción. Además, con la actual ley de cine las televisiones tienen que invertir un 5% de sus ingresos en la producción de películas. Y donde está la ley, está la trampa. Las cadenas crean sus propias productoras de donde salen películas que explotan los personajes creados en sus propias series como si de spin offs se tratasen.


Al final del camino es uno de estos productos, donde el gancho comercial para su target es la pareja protagonista, unos Fernando Tejero y Malena Alteiro atrapados por sus personajes televisivos.


El cartel promocional de la película era bastante premonitorio: los protas sonríen a pesar del exceso de photoshop, mientras el resto del reparto nos dan la espalda, sin una línea de texto sobre la película. No hay conexión entre personajes, como si de esculturas románicas se tratasen.

Este hieratismo se traslada a todas las escenas de la película, donde los actores salen al paso de una dirección tirando a nula, y en el que el guión hace agua hasta convertirse en diluvio universal.


Y es que el eterno problema con la comedia española es que tiene muy poca gracia. Las películas se basan en chascarrillos desperdigados por la cinta para que el espectador no caiga en el tedio más absoluto.


Aún con todo, esta comedia está por encima de la media nacional, gracias a (o a pesar de) unos actores desperdiciados que siempre esperamos verles en papeles donde puedan desplegar todo su buen hacer, aunque uno empieza a pensar que se han vuelto comodones y que, como la tele, sólo buscan maximizar su imagen.


Esperemos a ver qué les deparan los futuros trabajos. Si no estrenan en el Festival de Málaga, será una buena señal.




Ficha técnica:

Al final del camino (2009)

País: España

Director: Roberto Santiago

Guión: Javier Gullón y Roberto Santiago

Estreno: 8 de abril de 2009

Duración: 100 min

Dirección artística: Soledad Seseña

Fotografía: Juan Antonio Castaño

Montaje: Ángel Armanda

Reparto:

Fernando Tejero: Nacho

Malena Alterio: Pilar

Javier Gutiérrez: Jose

Diego Peretti: Olmo

Javier Mora: Antonio

Cristina Alcázar: Bea

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Muchas gracias a Ernesto Rodera por el uso de su dibujo.

Si te ha gustado (o no), echa un ojo a www.rodera.net

lunes, 4 de mayo de 2009

LOS ARQUITECTOS, la construcción es política

Estamos ante una de las últimas películas de la
DEFA (Deutsche Film AG), empresa que monopolizó la producción cinematográfica de la República Democrática Alemana. Fundada en 1946 en la Alemania ocupada por la Unión Soviética, su idea era recuperar la industria cinematográfica para inculcar los valores del socialismo tras doce años de régimen nazi. Su primer fruto fue la espléndida Los asesinos están entre nosotros (Die Mörder Sind Unter Uns, Wolfgang Staudte, 1946). Cuando la DEFA se vendió en 1992 a un conglomerado multimedia francés (Compagnie Générale des Eaux), había producido 950 películas, 820 películas de animación, más de 5800 documentales y noticieros, y 4000 doblajes de películas extranjeras.
Pero Los Arquitectos no fue una producción más de la DEFA. “Cada día me preguntaba si tenía sentido seguir con el rodaje”[1]. Esta frase del director Peter Kahane resume las especiales circunstancias que rodearon la filmación, mientras se desintegraba la RDA. Pero echemos la vista un poco más atrás.
En Navidades de 1988 se acepta el guión, aunque el rodaje se pospuso hasta octubre de 1989. Para el equipo, el nueve de noviembre, día de la caída del muro de Berlín, fue un día más de trabajo. La mayor preocupación del director era saber si su equipo había cruzado la frontera, si podría seguir con el rodaje a la siguiente mañana.
Todo el peso de crítica política que tenía la película se esfumó. El debate que quería avivar estaba ocurriendo fuera del rodaje. Tuvieron que re-escribir el guión para darle un tono general acorde con los nuevos tiempos, filmando nuevas escenas.
La segunda pregunta más frecuente en eso días era si hubiera sido más conveniente cambiar el rodaje de ficción por un documental. La realidad tenía mejor guión que el que habían escrito. En Friedrichstrasse (Checkpoint Charlie) filmaron la despedida de la hija, mientras la gente esperaba la caída del muro. La filmación en la puerta de Brandemburgo ocurrió con el muro ya abierto, con el miedo entre el equipo de que derribasen el muro de la puerta antes de rodar la escena.
¿Y de qué trata esta película fósil? De un arquitecto que no ejerce. Vive con su familia a las afueras de Berlín, en uno de esos barrios nuevos totalmente deshumanizados a base de construir bloques de viviendas con elementos prefabricados, sin espacios de tránsito que inviten a la conversación o al encuentro casual.
A este arquitecto, alumno aventajado del profesor más innovador de la escuela, se le ofrece el desarrollo de un gran proyecto urbanístico residencial. Él solo impone la condición de reclutar su propio equipo.
Pero poco a poco la ilusión desbordante de poder poner en práctica todo lo que aprendieron se va transformando en desazón al no obtener resultados, al verse enfrascados en una lucha diaria ante las directrices de los delegados del partido, ese Gran Hermano fáctico que controla todos los aspectos de la sociedad para anular la individualidad en aras del ente colectivo, un ente a su vez constreñido por la falta de medios, de presupuesto, y urgido por una funcionalidad ante la cual se supedita todo y todos.
Ante esta realidad marciana (no es un arquitecto, es un transformador, un procesador, donde no puede innovar en los planteamientos, no puede elegir materiales diferentes a los realizados en serie, no puede proponer soluciones estéticas que rompan la monotonía) los arquitectos no se revelan. Tienen que jugar dentro de los límites marcados, cada vez haciendo más y más concesiones, hasta ver que su propuesta es exactamente igual a la que rechazaban ellos mismos en un principio.
Ya hubo advertencias a lo largo de la película: al elegir a su equipo, muchos de sus antiguos compañeros prefirieron seguir en sus puestos de trabajo (pastores, camareros), sabiendo que lo único que les iba a repercutir era amargura y una mayor desilusión.
Durante el desarrollo del proyecto varios miembros abandonan. Su mujer se exilia con un suizo, llevándose a la hija de ambos (terrorífica la imagen del padre en la puerta de Brandemburgo, diciendo a su hija el color de sus ropas para que pueda divisarle al otro lado del muro, donde lo único que se ve es una masa informe, un conjunto de colores que bien podría ser un cementerio de automóviles).
El ideal de proyecto, que iba a dar mejores hogares a los alemanes, que iba a eliminar la frustración de todo el equipo, lo único que acarrea es la desintegración de la familia del protagonista. ¿Qué tendría que haber hecho para preservar su familia? ¿Seguir con sus aspiraciones aparcadas hasta el momento? ¿O fue el ver que el marido podía ser feliz lo que hizo a la madre aspirar a más? Desde el principio la mujer no está ilusionada con su vida, no le gusta dónde vive. Termina escapando de la RDA, pero sin poder echarle nada en cara al marido. Él la sigue queriendo, parece que la ha querido siempre. ¿Habrá sido el Estado el culpable de la ruptura?
Del resto, personajes sin definir. Algunos entran y salen de la historia sin saber realmente qué aportan, como el amigo que le deja el piso-picadero.
Todas estas tribulaciones las recrea Kurt Naumann, un actor totalmente desconocido hasta la fecha, y que desgraciadamente no ha sido muy prolífico. ¿Será el protagonista el más valiente de todos? ¿Lucha por la comunidad, o por él mismo? ¿Sacrifica a su mujer e hija por el proyecto, o se hubieran ido de todas formas?
Al final, el protagonista termina tendido en el solar donde se van a levantar los edificios, agarrado a una botella y con una irónica medalla por sus soluciones arquitectónicas innovadoras,
Sin saberlo, estaba apostando a no ganar jamás.





Ficha técnica:
Die Architekten (1990)
País: República Democrática Alemana
Director: Peter Kahane
Guión: Peter Kaen y Thomas Knauf
Estreno: 27 de mayo de 1990 (República Federal de Alemania)
Duración: 97 min
Dirección artística: Heike Pfeiffenberger y Klaus Selignow
Fotografía: Andreas Köfer y Christoph Prochnow
Montaje: Ilse Peters
Reparto:
Kurt Naumann: Daniel Brenner
Rita Feldmeier: Wanda Brenner
Uta Eisold: Renate Reese
Jürgen Watzke: Martin Bullat
Ute Lubosch: Franziska Scharf

martes, 3 de febrero de 2009

EL OTRO, apología del cine sin fin.

Sin fin. Así es como terminaba sus cinegrafías Val del Omar, cineasta tan vanguardista como poco conocido. Y de una historia sin fin y sin principio es de lo que trata El Otro, película que enraíza con un cine en boga en estos últimos años a lo largo de todo el mundo (Hirokazu Koreeda en Japón, Carlos Reygadas en México) y especialmente en España (Jaime Rosales, Pedro Aguilera, Javier Rebollo). Es un cine heredero de Ingmar Bergman y de Michelangelo Antonioni, de Kaurismaki y Kiarostami, de Víctor Erice, de Yasujiro Ozu, de Hou Hsiao-hsien, influencias retomadas por cineastas que no superan los 40 en su mayoría, y donde sus (minoritarias) películas navegan dentro de un magma de diferentes movimientos (nuevo cine americano y asiático) que conformarán el cine que veremos en el futuro.


Pero de momento tenemos el presente, llamado El Otro, película realizada entre dos personas: el director Ariel Rotter en su segunda incursión, y el veterano (y extraordinario) actor Julio Chavez.
Rotter rueda un momento crucial en la vida de cualquier persona, y que todos tenemos por decenas cada día: nuestras elecciones. En esta película, coger o no un autobús es algo determinante, al igual que elegir un hotel, decidir permanecer un día de más en una ciudad nueva, seguir o no a esa mujer que nos ha llamado la atención, decidir ser arquitecto o médico, querer llamarse Juan Desouza o Manuel Salazar, Emilio Branelli o Lucio Morales. Rotter y Chavez juegan a deconstruir su personaje a cada paso que da.
En los primeros momentos se nos presenta al personaje: nombre, edad, profesión, estado civil… Y a partir de entonces empezamos a percatarnos de que las elecciones que hace son lo opuesto a lo que normalmente realiza, lo cual no quiere decir que sean elecciones acertadas o desafortunadas, moralmente buenas o reprochables. Simplemente, son suyas, echas al azar, se podría decir que es el último personaje a engrosar la larga lista comenzada por Tristan Tzara.
Sobre las espaldas del excelente actor Julio Chavez recae todo el protagonismo de la película, llenándolo de una psicología infantil, haciendo que se mueva en un ambiente de guardería de post-guerra: nadie conoce a nadie, pero todos se necesitan. Chavez se mueve entre calles desiertas, entre autobuses llenos. Y por donde pasa, nada vuelve a ser lo mismo.
La película narra cómo el protagonista reacciona a la noticia de que su mujer está embarazada, y aprovechando un viaje de trabajo, usurpa e inventa identidades que le permite moverse libremente, sin ninguna atadura, hasta que se encuentra en una situación que requiere de su falso estatus, por lo que sale huyendo, reencontrándose con la realidad que había dejado días atrás, sin que parezca que haya habido interrupción. Sin fin y sin principio. Nunca sabremos cómo es en el fondo su vida, sólo tenemos trazas de ella, indicaciones para que nosotros construyamos el resto de su vida.
Esto puede que deje impasible y frío a cierto tipo de espectadores, acostumbrados a que se les describa todos los vericuetos de las historias, haciendo de difícil acceso esta película. Y es que no es una película para todos los públicos. Pero, ¿acaso somos un público para todas las películas?










Ficha técnica:
El Otro (2007)
País: Argentina/Francia/Alemania
Director:Ariel Rotter
Guión:Ariel Rotter
Estreno 23 de enero de 2009 (España)
Duración: 83 min
Dirección artística: Ailí Chen
Fotografía: Marcelo Lavintman
Montaje: Eliane Katz
Reparto:
Julio Chávez: Juan Desouza/Manuel Salazar/Emilio Branelli/Lucio Morales
María Onetto: Recepcionista Hotel
María Ucedo: Mujer Entre Ríos
Inés Molina: Claudia, la mujer
Arturo Goetz: Escribano
Osvaldo Bonet: Padre de Juan

SHINE A LIGHT, los Stones asépticos

Decía un amigo que hacer un documental de un concierto era como mezclar un rioja con gaseosa: de dos cosas buenas sale una chapuza. De los conciertos, si la banda sigue activa y no se ha reunido por dinero, nada como ir a su directo.
A los Stones todavía les quedan años, pero lo que ha hecho Scorsese es lo más parecido a un concierto suyo que vas a encontrar. Falta el sudor, el tabaco y el alcohol, las colas, faltan los nervios y las copas de después, pero en ningún momento te sentirás defraudado.
Muchos de nosotros esperábamos un documental sobre los entresijos de la banda, sus
momentos privados en camerinos, sus secretos confesables, la versión stoniana de El último vals (The Last Waltz, 1978). En cambio nos ha entregado el mejor concierto filmado desde el Zoo TV Live from Sydney de U2 (David Mallet, 1994), demostrando que ni Scorsese ni los Stones, ni el rock ni los documentales han muerto.
Rodado en el Beacon Theater de Nueva York, seguramente haya sido una de las últimas
oportunidades de verlos en un recinto cerrado y de una forma tan próxima (obviamos los pases privados contratados a base de talonario). Para ello empleó Scorsese los dos días de la gira A Bigger Band Tour que tocaron en dicho teatro. Es decir, todo el pseudo documental introductorio sobre la lista de canciones a tocar en vivo que tan de cabeza trae supuestamente a Scorsese no deja de ser una broma hacia los espectadores, poniendo al director como un títere en manos de la banda.
Scorsese enriquece la filmación con una cuidada selección de material de archivo televisivo, de la que parece destacarse más la torpeza de los entrevistadores que las geniales respuestas de los Stones, y cuyos momentos más interesantes radican en las variadas respuestas que dio Jagger a lo largo del tiempo a la recurrente pregunta “¿Hasta cuándo piensan seguir tocando?”.
Nada queda de los salvajes Stones. Son músicos profesionales que se toman muy en serio su trabajo, incluso a pesar de pasarle factura en lo
físico a ciertos miembros de la banda (Charlie mirando a cámara y resoplando al acabar un tema, o Keith ayudando a Charlie a bajarse de la batería al final del concierto). Los Hells Angels han sido sustituidos por la familia Clinton (aunque todavía resuena el “Hey, Clinton, I´m Bushed!” que le suelta Keith a Bill Clinton después de esperar y saludar a toda su familia) , los desplantes a cámara por las fotos protocolarias, los ríos de whisky por presumible cerveza sin alcohol en vasos de cartón. Pero cuando arranca un tema, todo esto queda atrás, y sólo ves a una banda de rock (la mejor, por lo menos, en la actualidad, y de largo) a través del enfoque de un director que tiene un concepto de la estética cercano a lo sublime (auque el final baje un poco el tono general, con Scorsese dirigiendo de forma histriónica frente a la cámara)
Como nota interesante observar que cuando la cámara está enfocando de cerca un instrumento, su sonido se potencia sobre el resto. Si Ron raspa las cuerdas en primer plano, destaca sobre el resto de la banda. Este efecto de sonido hace sentirte más cercano a la banda (quien haya estado en alguno de los últimos conciertos cerca de la pasarela, sabrá de qué hablo cuando pasan por encima de tu cabeza). Punto para la tropa de Scorsese.
Resumiendo, un muy recomendable concierto para visionar (en cine, en cine, niños). Pero recuerda, los Stones siguen vivos y volverán a pasar cerca de tu ciudad para sacarte la lengua, así que no lo dudes la próxima vez.

Ficha técnica:
Shine a Light (2008)
País: Estados Unidos, Inglaterra
Director: Martin Scorsese
Estreno 4 de abril de 2008 (España)
Duración: 122 min








TOUT EST PARDONNÉ, un cadáver exquisito de película

Cuando vamos al cine, no esperamos otra cosa que ver una historia a 24 imágenes por segundo. Algunos no están muy de acuerdo en que un invento del siglo XIX se utilice exclusivamente para narrar, como desde hace siglos hace la pintura, la literatura, la escultura, la música.
En los orígenes del cine pocas historias se contaban. Muchos lo explican como un “pecado original”: al no poseer un dominio de la técnica no se podían crear grandes relatos. Después se institucionalizó, y se vio que la mayor rentabilidad la daban las narraciones, por lo que desde la década de 1910 sólo ha habido un puñado de atrevidos artistas que no han seguido la “tradición”, hecho tan relevante como cuando los impresionistas salieron del taller, y se llevaron su caballete al campo. ¿Habrá que esperar cien años para que la gente haga cola ante una película de Pere Portabella, como ahora se hace en el Van Gogh Museum?
Antes de seguir divagando veamos de qué trata Tout est pardonné. La historia comienza en Viena, donde vive un matrimonio (ella austriaca, él francés) con su hija de seis años. Él, ex-profesor de francés en paro, busca la forma de concentrarse en su poesía. Ella, trabajadora activa, parece que sólo consigue ver como su marido desaparece días enteros sin dar explicaciones.
Desde el comienzo de la película se deja claro la intención de ambos de volver en un mes al París donde se conocieron para tratar de recuperar el sentido de su relación, pareciendo a su vez alejarse de algún peligro.
Esta pareja se quiere, se ama, y aman a su hija también, pero algo dejan entrever los ojos del padre. El peligro al que nos referíamos: la drogadicción. El padre intenta evitar que su adicción no afecte a su vida más allá que como mera desconexión temporal para encarar la escritura de poesía, pero por momentos parece no querer controlar la situación. Si no fuese por estas ocasiones se les vería como un matrimonio normal, más que normal, feliz. Se aman. Pero la mujer tiene miedo, es consciente de este peligro, y lo plantea ("¿no me prometiste no volver a beber antes de las seis?"). No se sabe de quién fue la idea de volver a París; lo que se ve es que no es la solución. Nunca se aclara si su adicción empezó hace años, ni tampoco si la droga fue el detonante del deterioro de la relación. Lo que sí sabemos es que fue el último empujón hacia el abismo.
El padre no modifica sus hábitos ("por las mañanas escribo, por las tardes paseo, y por las noches... me drogo"), y su mujer parece no aguantar más. Entonces el padre tiene un arrebato de ira (¿el primero? ¿uno más de una larga lista?), y la madre desaparece con su hija mientras él permanece en París.
Nos quedaremos con la primera parte, para no desentrañar este trabajo. El guión de la segunda parte del filme tiene un tratamiento idéntico: se cuenta una historia, pero faltan párrafos, hojas, incluso capítulos enteros, y es el espectador el que tiene que completar estos agujeros de la trama. En nuestras vidas esos huecos se van llenado con el tiempo, comprendiendo con los años por qué actuábamos de cierta manera. Aquí no podemos tener esa perspectiva que nos dan los años, ni tampoco conocemos qué ocurrió anteriormente en la vida de los personajes (¿de quién fue la decisión de ir a vivir a Viena?, ¿desde cuándo es drogadicto el padre?, ¿por qué está en paro?). Tampoco nos han dado herramientas para revelar la inocencia o culpabilidad de los personajes (en uno de los encuentros paterno filiales el padre cuenta como la madre decide volver a Viena con la hija de dos años de edad, pero con o sin el marido; lo que no sabemos es el por qué del ultimátum, ni cómo le afectó al marido en su momento, al igual que tampoco sabemos si el maltrato a raíz del brote colérico fue una excepción).
La psicología de los personajes tampoco ayuda a aclarar la situación. El padre, hombre cultivado, pero con una extraña mirada que mezcla felicidad, asombro, y una profunda melancolía. La mujer, temerosa y a ratos atormentada, en ningún momento parece liberada de su pasado-presente. La hija, adolescente que nunca exterioriza su alegría, sorpresa o tristeza, salvo en un momento que aparece exultante en una discoteca mientras baila (y donde te dan ganas de salir de la proyección y liarte a copas tú también). Escena, por cierto, rodada de forma recurrente en el cine francés: breves cortes donde el protagonista aparece bailando, sin diálogo, pero sin que la música sufra interrupción (Entre chiens et loups -Jean-Gabriel Périot, 2007-, Sombre - Philippe Grandrieux, 1998-).
En el fondo, lo que parece esta película es un enorme cadáver exquisito, donde no sabes qué ha ocurrido entre escena y escena, dejándote llevar por la sorpresa del siguiente momento. Como la vida misma.

Ficha técnica:
Tout est pardonné (2007)
País: Francia
Directora: Mia Hansen-Løve
Guión: Mia Hansen-Løve
Duración: 105 min
Fotografía: Pascal Auffray
Montaje: Marion Monnier
Reparto:
Paul Blain: Victor
Marie-Christine Friedrich: Annette
Victoire Rousseau: Pamela niña
Constante Rousseau: Pamela adolescente
Carole Franck : Martine

CABEZA DE VACA, intrahistoria de nuestra Historia.


Sobre la autobiografía de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios y comentarios, se levanta esta película. Describe los ocho años que pasaron perdidos los cuatro supervivientes de entre 300 después de que su barco naufragase frente a las costas de Florida. Se convirtieron en esclavos, comerciantes y curanderos, recorrieron la frontera entre México y Estados Unidos, convirtiéndose en un mito viviente entre los indios, hasta que volvieron en 1536 a territorio ocupado por los españoles.
¿Cómo filmar estos años de abandono, de pérdida, de extravío, entre gentes totalmente desconocidas, en terrenos donde ningún blanco había puesto sus pies, cuando hacía sólo 25 años que se tenía constancia de este nuevo continente? Echevarría no es el Malick de El Nuevo Mundo (The New World, 2005), con su personal y discutible acercamiento al tema; no es el Scott de 1492: La Conquista del Paraíso (1492: Conquest of Paradise, 1992), con su visión plana y culturalmente impositora. Es un director mexicano curtido en el campo del documental etnográfico, que utiliza su experiencia para acercarse a esta serie de choques culturales, perlados de toques de genialidad, como en la última escena, donde una treintena de soldados portan una enorme y resplandeciente cruz metálica entre lo que parece ser un lago secado bajo un sol que pesa más que la propia cruz, y con un tamborilero que marca el ritmo de la misma forma que si estuviese en galeras.
¿Cómo interpretar a un aventurero que sobrevive a un naufragio, un cristiano convertido en chamán? Juan Diego, actor destacado por su continencia escénica, es aquí un ser histriónico, todo gestos y expresiones hiperbólicas que contrarresta un guión con poco diálogo. Pero ¿es que podría imaginarse de otra manera?
Echevarría realiza un acercamiento bastante honesto a lo que pudo suceder en un momento histórico que nos resulta más lejano que cualquier invasión alienígena (que, recordemos, nunca hemos sufrido), a pesar de que el cine iberoamericano posee una nula tradición de trabajos basados en esta época, y en nuestra historia en general. Y cuando al final alguien se decide a contarla, somos incapaces de mantener una postura objetiva. Mientras los estadounidenses crearon un género a raíz de su guerra civil, el Western, nosotros seguimos anclados en el maniqueísmo de malos contra buenos, buenos contra malos.
¿Para cuándo auténtico cine sobre nuestra historia? No es necesario un gran presupuesto, sólo directores y productores valientes. ¿Por qué Amenazar se atreve con un relato de la Grecia clásica, pero con la batalla de Mühlberg? ¿Estaremos condenados a versiones alatristenianas de nuestra historia? ¿O a películas comisionadas tipo La conquista de Albania (Alfonso Ungría, 1984)?
Echevarría se atrevió, pero ocurrió en el contexto del V centenario del encuentro. Ya ha transcurrido veinte años, tanto tiempo como el que pasó desde la llegada de Colón al naufragio de Cabeza de Vaca.
Pero esto, parece ser, es otra historia.



Ficha técnica:
Caveza de Vaca (1991)
País: México, España, Estados Unidos, Inglaterra
Director: Nicolás Echevarría
Guión: Nicolás Echevarría y Guillermo Sheridan basados en la autobiografía Naufragios y comentarios
Fotografía: Guillermo Navarro
Montaje: Rafael Castanedo
Duración: 112 min
Reparto:
Juan Diego: Álvar Núñez Cabeza de Vaca
Daniel Jiménez Cacho: Dorantes
Roberto Sosa: Cascabel/Araino
Carlos Castañón: Casillo
Gerardo Villarreal: Estebanico

LUST, CAUTION o cómo un todoterreno no es siempre la mejor opción.

Ahora que estamos en plena Navidad, rodeados de villancicos cual amanecer en Pyongyang, y esquivando las cenas de compromiso lo mejor que se puede para no arruinarte el bolsillo, piensa uno que el cine es un buen ejercicio escapista donde puedes elegir libremente.
Con la entrada en la mano, viendo que en dos semanas te han subido 0,20€ sin saber muy bien por qué, esperas que tu elección sea realmente buena, o por lo menos para tu acompañante. En la entrada pone Deseo, peligro, de Ang Lee. Sabiendo que la película dura alrededor de dos horas y media, que se ha clasificado X en Estados Unidos, y quien la interpreta es una auténtica desconocida, te esperas, cuanto menos, un festival sicalíptico.
Lo que encontramos es una historia donde la carga sexual se desvanece entre giros en el tiempo, lealtades y traiciones ad hoc, un triángulo amoroso que se queda cojo, y la demostración de que da igual la cultura a la que pertenezcas porque la globalización antropológica nos ha vuelto a todos igual de mezquinos por momentos.
Apoyado por unas magníficas interpretaciones de Tang Wei (la amante, un explédido descubrimiento), Tony Leung (el marido) y Joan Chen (la esposa), Ang Lee crea unos personajes que no sabe cómo contextualizarlos, o por lo menos no quiere mostrarnos cómo son realmente, ya sea para anteponer las sensaciones que pueda captar el espectador sin saber sobre sus situaciones personales; o porque a Lee no le interesa en el fondo esa parte intrahistórica. El hecho es que ni los tres protagonistas ni los secundarios saben realmente qué hacer, ignoran su pasado, y sus acciones parecen estar conectadas simplemente por el hecho de estar siendo invadidos por Japón.
El matrimonio filojaponés son los personajes más íntegros, en el sentido de que llevan hasta las últimas consecuencias sus acciones. Ella parece ser la única que encuentra su lugar en la película, sin cambiar de actitud haya invasión o no, le sea su marido fiel o no; lo que le importa de verdad es no aburrirse mientras compra y juega al mahjong. Él se porta con su amante como con los miembros capturados de la resistencia, de forma sádica, aunque siempre fiel a Tang Wei: no la engaña, siempre le deja claro las cosas, incluso le hace regalos más allá de los esperados por una amante. En cambio Tang Wei parece no saber desenvolverse entre su virginidad y su amante, entre su amor platónico y su amor hipercarnal, entre lo presente y el futuro que-seguro-será.
Aquí radica el quid de esta película, entendiendo que lo que ha querido rodar Lee no es tanto una historia de amor turbio (¿amor?) sino el descubrimiento del amor a través del sexo más animal, y animal no por la forma de practicarlo, sino por el resultado que conlleva.
Habría que comentar la importancia de Lee-Hom Wang, el cabecilla de la resistencia estudiantil, tan soso como sieso, infeliz post-púber con un gran saco vacío a llenar con su militancia y su lealtad a China, en vez de vivir su vida, consumar con Tang Wei, y olvidar el intento/amago de vengar a su hermano (decir que la película presenta el sexo como algo útil, donde la experiencia prevalece sobre el amor, como al final ocurre con la amante, donde cada encuentro sexual que tiene con el filojaponés le aleja un poco más del estudiante militante, finalizando en una tragedia sinsentido).
En definitiva: Ang Lee se maneja con gran soltura casi en cualquier terreno que le pongan, desde Hulk hasta El banquete de bodas, pasando por Brokeback Mountain o Tigre y dragón, lo cual no quiere decir que resuelva ninguno de ellos con gracia, de momento. Esperemos a la siguiente.


Ficha técnica:
Se, jie (2007)
País: Estados Unidos, China
Director: Ang Lee
Guión: James Schamus y Hui-Ling Wang sobre una historia de Eileen Chang
Estreno: 14 de diciembre de 2007 (España)
Duración: 157 min
Fotografía: Rodrigo Prieto
Montaje: Tim Squyres
Reparto:
Tony Leung: Señor Yee
Tang Wei: Wong Chia Chi/Mak Tai Tai
Joan Chen: Yee Tai Tai
Lee-Hom Wang: Luang Yu Min
Cheng Hua Tou: Viejo Wu