jueves, 10 de diciembre de 2009

MAL DÍA PARA PESCAR, Uruguay, al igual que Teruel, existe, y da mucho de sí.

Uno se escaquea un cuarto de hora antes del curro para poder pillar el tren que te deje a las puertas de la filmo a las 17:30 clavadas para poder ver La noche que dejó de llover, y resulta que te han cambiado la programación. A la cabeza se te vienen las colas, las esperas, las anulaciones, la falta de entradas para todas esas películas que nunca llegaste a ver, te acuerdas de todas esas horas en el metro que podía haber empleado en cualquier otra chorrada, y terminas pensando que en el fondo eres un jodido friky, porque te niegas a ver pelis bajadas de internet, porque crees que las películas se hacen para verse en una pantalla que no se mida en pulgadas, y que si se rueda en celuloide también se tiene que proyectar en celuloide. Te acuerdas de todos los personajes que ya tienes identificados en cada pantalla a la que vas (el que ronca, al que le suena la alarma del teléfono y que nunca apaga, el que está sordo y grita pensando que susurra, el que huele a vagabundo).

Uno termina pensando si lo que tiene que ver son las cien películas imprescindibles que todo libro nombra, y olvidarse de hacer descubrimientos, de rebuscar en países, directores, actores de los que nunca más se volverá a saber. Y después piensas que no, que no es que te guste el cine, es que lo amas, y como a tu pareja, quieres pasar el mayor tiempo posible pegada a ella para descubrir hasta el más mínimo detalle, y que cuando pasas más de un día sin verla, ya te entra el mono.


Sonará enfermo, pero qué coño, es la realidad.


Como decía, iba a ver La noche que dejó de llover, película del 2008 que finalmente iba a estrenarse el 20 de noviembre y, o yo no me he enterado, o no localizo cine que la haya estrenado (parecer ser que en Coruña, pero en fin… nunca me termina de pillar de camino). Pero la filmoteca tiene sus propias reglas: cambian de programación, no llegan las latas, no llega el que se encarga del subtitulado… Ojo, no confundáis: por mí, puede tener estos fallos y cientos más. A cambio me ha descubierto cientos de películas, he redescubierto otras tantas, y todas las que me quedan, a un precio simbólico. Porque de otra cosa nos podremos quejar, pero de apuesta por un cine de calidad y barato (si no gratis) en Madrid, no he visto en ninguna ciudad (vale, no soy un trotamundos, está claro).


Después de esta parrafada autobiográfica con pinceladas estrambóticas en un vano intento por emular a Henry Miller, decir que si entré en la sala fueron por dos razones:


1.- me repateaba la moral volver a meterme en el metro habiendo salido de él hacía cinco minutos


2.- la película sustituta estaba protagonizada por extranjeros


Y tú, inteligente lector o amiguete aburrido, pensarás que el motivo de que sean actores extranjeros no es suficiente para ver una película. En este caso sí, y me explico: la taquillera te vendía la peli como reajuste dentro de la programación de los Goya que proyectaba la filmo, por lo que tenía toda la pinta de ser española, y el título (recordemos, Mal día para pescar, no muy fino, está titulada como dando por hecho que no va a haber casi público interesado en ella) me atraía tanto como un café con leche y anchoas.


Derrumbando en mi butaca, mi primera sorpresa era comprobar que era una coproducción, con Uruguay como país principal, pero que ahí estaba metida hasta la comunidad de Madrid. Pues nunca había visto una película de aquel país, por lo menos veremos qué paisaje tiene esas tierras. Mi segunda sorpresa fue la pareja protagonista. Uno, Gary Piquer, un escocés de padre catalán, al principio dudabas de cuál era su idioma materno, el inglés o el español, y te das cuenta que hay gente que tiene en don de la ubicuidad lingüística. Dos, Jouko Ahola, una mole humana, un golem escandinavo, el hombre más fuerte del mundo en 1997 y 1999, y que yo vi en un programa de Eurosport levantando y empujando toneladas de objetos como si de un cruce ario entre un harrijasotzaile con el increíble Hulk se tratase. Y yo que al ver el programa pensé que era japonés…


Vamos al meollo. Piquer, que se hace pasar por un príncipe, es el manager de Ahola, un antiguo campeón de lucha libre, que ahora se dedican a recorrer pequeñas ciudades de Latinoamérica retando a quien pueda tumbar al gigante por mil dólares. Por supuesto, ni tienen mil dólares, ni Príncipe, como se hace llamar, deja que nadie que pueda vencerle se le enfrente, amañando las peleas. Hasta…


Hasta que llega el momento de la verdad, enfrentarse a alguien más joven, más fuerte y menos borrachazo que el gigante finlandés.


¿Resultado? Un producto mucho más que digno, una historia de pícaros en la que el desarrollo de los personajes se queda corto (¡el tiempo no da para más!) pero compensado con una fotografía de tonos cálidos que nos sumerge en un perpetuo atardecer, compensado con una ristra de nuevos rostros que sabes difícilmente vas a volver a ver, pero que se merecen miles de oportunidades (grandioso el periodista de cuarta interpretado por César Troncoso, personaje puro, el hijo bueno de Rick Blaine).


Álvaro Brechner, guionista y director, primerizo en la dirección de largos, sabe el oficio. Que se venga a España, se hinche a subvenciones, y haga algo decente en suelo patrio de una puta vez.


Fin, que tengo sueño.

martes, 8 de diciembre de 2009

AL FINAL DEL CAMINO, o cómo la televisión fagotiza el cine

La pequeña pantalla siempre ha sido un trampolín hacia el cine, tanto para actores como para técnicos, y el caso español no ha sido una excepción. Además, con la actual ley de cine las televisiones tienen que invertir un 5% de sus ingresos en la producción de películas. Y donde está la ley, está la trampa. Las cadenas crean sus propias productoras de donde salen películas que explotan los personajes creados en sus propias series como si de spin offs se tratasen.


Al final del camino es uno de estos productos, donde el gancho comercial para su target es la pareja protagonista, unos Fernando Tejero y Malena Alteiro atrapados por sus personajes televisivos.


El cartel promocional de la película era bastante premonitorio: los protas sonríen a pesar del exceso de photoshop, mientras el resto del reparto nos dan la espalda, sin una línea de texto sobre la película. No hay conexión entre personajes, como si de esculturas románicas se tratasen.

Este hieratismo se traslada a todas las escenas de la película, donde los actores salen al paso de una dirección tirando a nula, y en el que el guión hace agua hasta convertirse en diluvio universal.


Y es que el eterno problema con la comedia española es que tiene muy poca gracia. Las películas se basan en chascarrillos desperdigados por la cinta para que el espectador no caiga en el tedio más absoluto.


Aún con todo, esta comedia está por encima de la media nacional, gracias a (o a pesar de) unos actores desperdiciados que siempre esperamos verles en papeles donde puedan desplegar todo su buen hacer, aunque uno empieza a pensar que se han vuelto comodones y que, como la tele, sólo buscan maximizar su imagen.


Esperemos a ver qué les deparan los futuros trabajos. Si no estrenan en el Festival de Málaga, será una buena señal.




Ficha técnica:

Al final del camino (2009)

País: España

Director: Roberto Santiago

Guión: Javier Gullón y Roberto Santiago

Estreno: 8 de abril de 2009

Duración: 100 min

Dirección artística: Soledad Seseña

Fotografía: Juan Antonio Castaño

Montaje: Ángel Armanda

Reparto:

Fernando Tejero: Nacho

Malena Alterio: Pilar

Javier Gutiérrez: Jose

Diego Peretti: Olmo

Javier Mora: Antonio

Cristina Alcázar: Bea

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Muchas gracias a Ernesto Rodera por el uso de su dibujo.

Si te ha gustado (o no), echa un ojo a www.rodera.net