Uno termina pensando si lo que tiene que ver son las cien películas imprescindibles que todo libro nombra, y olvidarse de hacer descubrimientos, de rebuscar en países, directores, actores de los que nunca más se volverá a saber. Y después piensas que no, que no es que te guste el cine, es que lo amas, y como a tu pareja, quieres pasar el mayor tiempo posible pegada a ella para descubrir hasta el más mínimo detalle, y que cuando pasas más de un día sin verla, ya te entra el mono.
Sonará enfermo, pero qué coño, es la realidad.
Como decía, iba a ver La noche que dejó de llover, película del 2008 que finalmente iba a estrenarse el 20 de noviembre y, o yo no me he enterado, o no localizo cine que la haya estrenado (parecer ser que en Coruña, pero en fin… nunca me termina de pillar de camino). Pero la filmoteca tiene sus propias reglas: cambian de programación, no llegan las latas, no llega el que se encarga del subtitulado… Ojo, no confundáis: por mí, puede tener estos fallos y cientos más. A cambio me ha descubierto cientos de películas, he redescubierto otras tantas, y todas las que me quedan, a un precio simbólico. Porque de otra cosa nos podremos quejar, pero de apuesta por un cine de calidad y barato (si no gratis) en Madrid, no he visto en ninguna ciudad (vale, no soy un trotamundos, está claro).
Después de esta parrafada autobiográfica con pinceladas estrambóticas en un vano intento por emular a Henry Miller, decir que si entré en la sala fueron por dos razones:
1.- me repateaba la moral volver a meterme en el metro habiendo salido de él hacía cinco minutos
2.- la película sustituta estaba protagonizada por extranjeros
Y tú, inteligente lector o amiguete aburrido, pensarás que el motivo de que sean actores extranjeros no es suficiente para ver una película. En este caso sí, y me explico: la taquillera te vendía la peli como reajuste dentro de la programación de los Goya que proyectaba la filmo, por lo que tenía toda la pinta de ser española, y el título (recordemos, Mal día para pescar, no muy fino, está titulada como dando por hecho que no va a haber casi público interesado en ella) me atraía tanto como un café con leche y anchoas.
Derrumbando en mi butaca, mi primera sorpresa era comprobar que era una coproducción, con Uruguay como país principal, pero que ahí estaba metida hasta la comunidad de Madrid. Pues nunca había visto una película de aquel país, por lo menos veremos qué paisaje tiene esas tierras. Mi segunda sorpresa fue la pareja protagonista. Uno, Gary Piquer, un escocés de padre catalán, al principio dudabas de cuál era su idioma materno, el inglés o el español, y te das cuenta que hay gente que tiene en don de la ubicuidad lingüística. Dos, Jouko Ahola, una mole humana, un golem escandinavo, el hombre más fuerte del mundo en 1997 y 1999, y que yo vi en un programa de Eurosport levantando y empujando toneladas de objetos como si de un cruce ario entre un harrijasotzaile con el increíble Hulk se tratase. Y yo que al ver el programa pensé que era japonés…
Vamos al meollo. Piquer, que se hace pasar por un príncipe, es el manager de Ahola, un antiguo campeón de lucha libre, que ahora se dedican a recorrer pequeñas ciudades de Latinoamérica retando a quien pueda tumbar al gigante por mil dólares. Por supuesto, ni tienen mil dólares, ni Príncipe, como se hace llamar, deja que nadie que pueda vencerle se le enfrente, amañando las peleas. Hasta…
Hasta que llega el momento de la verdad, enfrentarse a alguien más joven, más fuerte y menos borrachazo que el gigante finlandés.
¿Resultado? Un producto mucho más que digno, una historia de pícaros en la que el desarrollo de los personajes se queda corto (¡el tiempo no da para más!) pero compensado con una fotografía de tonos cálidos que nos sumerge en un perpetuo atardecer, compensado con una ristra de nuevos rostros que sabes difícilmente vas a volver a ver, pero que se merecen miles de oportunidades (grandioso el periodista de cuarta interpretado por César Troncoso, personaje puro, el hijo bueno de Rick Blaine).
Álvaro Brechner, guionista y director, primerizo en la dirección de largos, sabe el oficio. Que se venga a España, se hinche a subvenciones, y haga algo decente en suelo patrio de una puta vez.
Fin, que tengo sueño.